Me habían dicho que existía, y sí, lo he experimentado varias veces
también; lo he visto en las miradas temblorosas y a veces ha evitado que pueda
dormir algunas noches.
En proyectos experimentales se ha
cultivado en probetas, y en ocasiones, de contrabando, escurridizamente ha
crecido en sembradíos de esperanza. En ocasiones proporciona una excitante
muestra de adrenalina, y otras, ha dejado paralizado al más audaz de los
mosquitos.
Mi fiel entrometido… ¿qué haría
yo sin él? A él del debo mi incauta personalidad, mis horas de ocio frente a
bulbos modernos y una que otra “manzana”. Sin él no me habría quedado en casa a
cantar frustraciones, ni habría podido insultar mis deseos estrangulándolos.
Él ha sido mi querido imprudente,
y si no existiera, quizá ya estaría ciega, sin voz y con un raspón en el
miocardio. Es probable que si no fuera tan agradecidamente incisivo, ya habría
conquistado micrófonos. Porque sin él, la vida sería tan aburridamente fácil y
feliz, sin contar el tiempo que no hubiera disfrutado con esos conflictos,
debates absurdos y pérdidas de alcoholismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario