En muchas ocasiones he pensado que no pertenezco a la
ciudad, pero no sé si sea en específico al D.F. En fin, ahora sólo pienso que
es esta ciudad, pero no es que la odie o no me guste nada. De hecho, me ha dado
muchos buenos momentos, simplemente no creo que sea un sitio para mí.
La historia es: Crecí cerca de la ciudad, pero tuve el
privilegio de estar en un lugar en el que no existía el tráfico, en el que
podía ir en bicicleta a la escuela, en el que no veía a tanta gente estresada y
en el que jugar al aire libre era lo más increíble del mundo mundial.
Hasta la fecha me siento orgullosa cuando me llaman “de
pueblo” o “pueblerina”; es cierto, tiene cierto aire despectivo, pero yo no lo
veo así, de hecho cada vez que me lo dicen me recuerda de dónde vengo y lo
feliz que fui en “mi pueblo”.
¿Por qué creo que no soy de la ciudad después de 13 años de
vivir en ella? Porque cuando me despierto no escucho pajaritos, no huele a
mañanita limpiecita. Aquí en la ciudad, escucho sirenas, autos, gente hablando
y gritando, aquí huele a sucio y todo eso me hace sentir estresada, incómoda y
a veces, triste.
En la ciudad no es tan fácil trasladarse en bici, por el
temor a los automovilistas, pero en mi pueblo era más fácil moverse entre
calles y llegabas en minutos a donde quisieras. Las personas no estaban tan
estresadas, el tiempo no se iba tan rápido, no había camiones atascados con
gente empujándose y diciéndose groserías.
Quizá era pequeña y no conocía el mundo de los “adultos” del
pueblo, pero neta, no veía a tantas personas intensas por conseguir dinero,
dinero, dinero (jeje), un buen trabajo, un departamento cool, hacer negocios y
llevar un status quo “interesante”. No creo que esté mal, simplemente no es lo
mío.
Yo prefiero salir a caminar y oler a campo, a tierra mojada.
Prefiero desayunar escuchando la radio y sin estresarme porque voy a llegar
tarde a mi trabajo. No me interesa un cine o supermercado cerca de mi casa, ni
llevar a mis hijos a escuelas carísimas. No quiero comprar un departamento a
pagar en años (que se sienten como siglos), tampoco me interesa tener un puesto
ejecutivo y ser jefa como meta principal.
Detesto tener que subirme todos los días a un transporte
público atascado, hacer largas filas, soportar el tráfico, oler a cloacas y
perder el tiempo en todo eso. No me gusta vivir preocupada por “no llegar a la
quincena”, y aunque puedo darme pequeños lujitos, sólo puede ser el fin de
semana y ni siquiera, porque termino tan exhausta que no disfruto de las
“bellezas de la ciudad”.
Me quedo encerrada días y días en una oficina, en un
departamento pequeño, porque las casas son carísimas, porque no me alcanza para
un depa más grande. No puedo ver tan seguido a mis amigos porque es casi
imposible con los traslados y la vida tan agitada de cada uno.
Parece que estoy menospreciando por mucho la ciudad, pero no
me malinterpreten, hay personas que la aman y entiendo por qué (o creo
entender), ese “glamour” en lo que tienes acceso a ver y disfrutar:
conciertos, grandes edificios, vida cultural, trabajos de envidia, colonias con
ese toque bohemio-poser-hipster-encantador; en fin, porque todo llega aquí, porque todo está aquí
(en teoría).
Pero yo aspiro a una vida como la que me recuerda la foto,
con carencias sí, pero no son las mismas. Si tuviera que elegir carencias,
elegiría las de “mi pueblo” o lo que recuerdo de él. Las carencias de la ciudad
me hacen sentir como “meh”. Me muero por respirar, por alejarme de tanta y
tanta gente en todos lados, me muero por respirar aire limpio y llevar una vida
más relajada.
Mi calidad de vida definitivamente no está en la ciudad, ya
la experimenté, ya la disfruté (en alguna manera), ya la viví como residente de
algunos años y no, es un hecho, yo no soy una chica de ciudad. Espero algún día estar en el D.F. y sea sólo
por descubrir sus verdaderas bellezas como turista y al final del día pueda
regresar a mi hogar feliz: limpio, amable, tranquilo y bohemiamente campesino.
En fin.