Había estado perdida, o sigo estándolo. Hay un mal generalizado recorriendo las calles, como esporas en el aire urbano, concentrado en síntomas como la apatía y el bloqueo mental, una especie de control sobre nuestras articulaciones y una desesperación ante la desesperación.
En mi caso, puedo suponer algunas causas ante mi mal, algunas tienen apellido que concuerda con el mío, otras sólo tienen mi nombre y éstas últimas son las más peligrosas y constantes. Mi enfermedad me hace padecer ataques de estrés, sin razón, solo aparecen espontáneamente para fastidiar y sacar mi buen mal humor.
Tengo la espalda llena de nudos, frecuentes dolores de cabeza, ansiedad, poca paciencia, desgana, sueño y conformismo. Podría realizar un diagnóstico y receta sin especialistas, podría suponer igual que funciona, podría esperar a que desaparezca ignorándolo, o podría seguir atormentándome para volverlo “normal”.
Mientras lo uno o lo otro suceden, sigo en el mismo círculo, con intentos fallidos de romperlo, con un vicio tormentoso y extremo, ya no quiero esperar. Detesto estos ataques cuando hay tanto por qué pelear, ya no quiero desquitarme con quien me soporta y me abraza. Y dentro de todo lo que quiero, quiero hablar, hablar, hablar, hablar mucho, escuchar, escuchar, escuchar de más, para poder decir entonces que “esto” ha valido la pena.
...
Forey