jueves, 24 de noviembre de 2011

El ser callada

No es para mí una imperiosa necesidad el hablar, hablar y hablar. Callada sí, soy callada y soy así desde que me acuerdo. Hablo cuando la molestia es mucha y a veces me paso de tolerante, hablo cuando algo me duele y no suelo hacerlo con quien me lastimó. Pocas veces hablo conmigo misma y prefiero hablar de pendejadas que de política, aunque esto último se pueda confundir con lo primero.

Las pláticas sobre el cómo cambiar el mundo, el narcotráfico, la política mexicana, el futuro muy muy lejano... me dan un poco de hueva. Las personas nunca llegan a conclusiones, terminan peleándose y rara vez comparten información interesante (a mi gusto). Y no es que espere un debate “profesional”, simplemente me dan hueva.

Otras veces, no tengo mucho qué decir, eso me preocupa porque quizá no han pasado por mi mente esos temas. Entonces, ¿qué pasa en mi cabeza? Sueños, lo que sigue a las 6 de la tarde si son las 11 de la mañana, qué voy a comer o cómo voy a hacer que el día sea productivo para sentirme satisfecha. En realidad, me distraigo con algún chiste o página de Internet, con fotos, dibujos y juguetes.

Platicar no se me da, prefiero conversaciones cortas y consistentes y en diferentes grupos en un mismo lugar. Me gusta moverme, pasear por aquí o por allá escuchando a los demás, eso sí, observando mucho y aprendiendo sin que me vean. El ser callada me da otras ventajas, me abre y cierra puertas, me destantea y me desestresa o estresa a alguien más.

Sé hablar, no tengo atrofiado ningún músculo y la rata gira cuando tiene que girar. Irónicamente me gustaría vivir del hablar, para darle voz a quien no la tiene y tenga mucho qué decir o también decir quién soy con... con otras palabras. En fin, a veces sí es molesto ser tan callada, pero obligarme a ser quien no soy, no va a ser que escupa palabras.

Hablaré cuando... Sí, cuando... po’s cuando sea el momento, ¿de? Po’s cuando quiera, supongo. Así nomás, porque seré inmadura para siempre.


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jueves, 24 de noviembre de 2011

El ser callada

No es para mí una imperiosa necesidad el hablar, hablar y hablar. Callada sí, soy callada y soy así desde que me acuerdo. Hablo cuando la molestia es mucha y a veces me paso de tolerante, hablo cuando algo me duele y no suelo hacerlo con quien me lastimó. Pocas veces hablo conmigo misma y prefiero hablar de pendejadas que de política, aunque esto último se pueda confundir con lo primero.

Las pláticas sobre el cómo cambiar el mundo, el narcotráfico, la política mexicana, el futuro muy muy lejano... me dan un poco de hueva. Las personas nunca llegan a conclusiones, terminan peleándose y rara vez comparten información interesante (a mi gusto). Y no es que espere un debate “profesional”, simplemente me dan hueva.

Otras veces, no tengo mucho qué decir, eso me preocupa porque quizá no han pasado por mi mente esos temas. Entonces, ¿qué pasa en mi cabeza? Sueños, lo que sigue a las 6 de la tarde si son las 11 de la mañana, qué voy a comer o cómo voy a hacer que el día sea productivo para sentirme satisfecha. En realidad, me distraigo con algún chiste o página de Internet, con fotos, dibujos y juguetes.

Platicar no se me da, prefiero conversaciones cortas y consistentes y en diferentes grupos en un mismo lugar. Me gusta moverme, pasear por aquí o por allá escuchando a los demás, eso sí, observando mucho y aprendiendo sin que me vean. El ser callada me da otras ventajas, me abre y cierra puertas, me destantea y me desestresa o estresa a alguien más.

Sé hablar, no tengo atrofiado ningún músculo y la rata gira cuando tiene que girar. Irónicamente me gustaría vivir del hablar, para darle voz a quien no la tiene y tenga mucho qué decir o también decir quién soy con... con otras palabras. En fin, a veces sí es molesto ser tan callada, pero obligarme a ser quien no soy, no va a ser que escupa palabras.

Hablaré cuando... Sí, cuando... po’s cuando sea el momento, ¿de? Po’s cuando quiera, supongo. Así nomás, porque seré inmadura para siempre.


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