lunes, 26 de septiembre de 2011

De esperanzas y promesas

Esperar duele, por eso no convivo con la “esperanza”. ¿Hacer o no hacer? He ahí la promesa. Hacer lo que decimos que vamos a hacer, si no, pa’ qué decir. Entiendo que habrá variaciones en el camino, pero hacer promesas para no dañar, sabiendo que quizá no se cumplan, son chingaderas.

Cuando se espera hay un montón de fantasías en el aire, expectativas que a veces se les pasa la mano y poco a poco se nos cae el teatrito cuando las cosas no salen como “esperábamos”. Por eso, no me gusta decir que tengo esperanza, por eso no me gustan las falsas promesas, por eso insisto: ¡abajo la dictadura de las mentiras!

Relaciono a la esperanza con las promesas, por lo que las segundas hacen de la primera: Esperar a que se cumplan. No hablo de dejar de confiar, hablo de dejar de esperar. ¿Cuántas personas realmente hacen y cumplen lo que dicen? Es difícil, lo sé, pero ¿en qué momento nos damos por vencidos?

También existen las promesas no hechas, las que uno le atribuye a las personas creyendo que cumplirán lo que no han prometido y lo peor, enojarnos porque no nos cumplen. Y ahí está de nuevo la esperanza, esperar a que pase, que pase lo que sea, pero de preferencia lo que queremos que pase, dejando la responsabilidad de ello en alguien más… error, error, error.

Uno vive más tranquilo cuando no espera nada de nadie, así cuando alguien cumple una promesa, cuando alguien hace algo espontáneo para nosotros, cuando aparecen las sorpresas… el sabor de boca es tan, pero tan dulce que podría acompañarlo con un café bien cargado.

Yo no creo que sea conformismo, ni mucho menos sumisión, es sólo vivir cumpliendo nuestras propias promesas, las que nos hacemos a nosotros mismos, es vivir cumpliendo lo que decimos, es abandonar la “esperanza” por hacer lo que realmente está en nuestras manos.

En mis manos está ser quien me gusta ser, hacer lo que más disfruto, amar a quienes están cerca de mí como a mí me gusta amarlos, sin “esperar” a que me retribuyan por hacerlo. No estoy pagando por un servicio, estoy haciendo un servicio que ya fue saldado por mí.

Señores que prometen un helado “a la vuelta” y se hacen mensos cuando llega el momento. Lovers que emplean el “para siempre” en sus discursos y cuando el amor se acaba no se fajan los pantaloncitos para decir “perdón”. Personas que esperan a que los demás hagan lo que uno tiene que hacer, les digo: ¡Me cagan! (Y yo estoy en una de las categorías anteriores).

La Foreys

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lunes, 26 de septiembre de 2011

De esperanzas y promesas

Esperar duele, por eso no convivo con la “esperanza”. ¿Hacer o no hacer? He ahí la promesa. Hacer lo que decimos que vamos a hacer, si no, pa’ qué decir. Entiendo que habrá variaciones en el camino, pero hacer promesas para no dañar, sabiendo que quizá no se cumplan, son chingaderas.

Cuando se espera hay un montón de fantasías en el aire, expectativas que a veces se les pasa la mano y poco a poco se nos cae el teatrito cuando las cosas no salen como “esperábamos”. Por eso, no me gusta decir que tengo esperanza, por eso no me gustan las falsas promesas, por eso insisto: ¡abajo la dictadura de las mentiras!

Relaciono a la esperanza con las promesas, por lo que las segundas hacen de la primera: Esperar a que se cumplan. No hablo de dejar de confiar, hablo de dejar de esperar. ¿Cuántas personas realmente hacen y cumplen lo que dicen? Es difícil, lo sé, pero ¿en qué momento nos damos por vencidos?

También existen las promesas no hechas, las que uno le atribuye a las personas creyendo que cumplirán lo que no han prometido y lo peor, enojarnos porque no nos cumplen. Y ahí está de nuevo la esperanza, esperar a que pase, que pase lo que sea, pero de preferencia lo que queremos que pase, dejando la responsabilidad de ello en alguien más… error, error, error.

Uno vive más tranquilo cuando no espera nada de nadie, así cuando alguien cumple una promesa, cuando alguien hace algo espontáneo para nosotros, cuando aparecen las sorpresas… el sabor de boca es tan, pero tan dulce que podría acompañarlo con un café bien cargado.

Yo no creo que sea conformismo, ni mucho menos sumisión, es sólo vivir cumpliendo nuestras propias promesas, las que nos hacemos a nosotros mismos, es vivir cumpliendo lo que decimos, es abandonar la “esperanza” por hacer lo que realmente está en nuestras manos.

En mis manos está ser quien me gusta ser, hacer lo que más disfruto, amar a quienes están cerca de mí como a mí me gusta amarlos, sin “esperar” a que me retribuyan por hacerlo. No estoy pagando por un servicio, estoy haciendo un servicio que ya fue saldado por mí.

Señores que prometen un helado “a la vuelta” y se hacen mensos cuando llega el momento. Lovers que emplean el “para siempre” en sus discursos y cuando el amor se acaba no se fajan los pantaloncitos para decir “perdón”. Personas que esperan a que los demás hagan lo que uno tiene que hacer, les digo: ¡Me cagan! (Y yo estoy en una de las categorías anteriores).

La Foreys

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