martes, 2 de noviembre de 2010

Un amor inmortal

Catalina miraba con devoción el pequeño altar a Aniceto, las velas iluminaban su rostro lleno de arrugas y las lágrimas que cubrían sus ojos caían una a una sobre las flores mientras murmuraba una oración. Al terminar, tomó en sus manos una vieja fotografía arruinada por el tiempo y la besó. Por unos segundos permaneció en ese lugar con una melancolía que estremecía el cuerpo.

Aniceto había muerto hacía diez años. Recuerdo que los veía pasear en las tardes tomados de la mano y a paso lento, sus cabellos canosos eran símbolo de madurez, pero llevaban una felicidad envidiable. Hoy es 2 de noviembre. Catalina colocó una ofrenda con claveles rojos, y lo que a él le solía gustar estaba allí dándole la bienvenida. Ella lo aguardaba con una sonrisa de esperanza, pasó la noche sentada en una mecedora y durmió. Al amanecer la encontraron fría pero con los labios tibios, había muerto con el dulce beso de Aniceto.


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2 de noviembre 2010

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martes, 2 de noviembre de 2010

Un amor inmortal

Catalina miraba con devoción el pequeño altar a Aniceto, las velas iluminaban su rostro lleno de arrugas y las lágrimas que cubrían sus ojos caían una a una sobre las flores mientras murmuraba una oración. Al terminar, tomó en sus manos una vieja fotografía arruinada por el tiempo y la besó. Por unos segundos permaneció en ese lugar con una melancolía que estremecía el cuerpo.

Aniceto había muerto hacía diez años. Recuerdo que los veía pasear en las tardes tomados de la mano y a paso lento, sus cabellos canosos eran símbolo de madurez, pero llevaban una felicidad envidiable. Hoy es 2 de noviembre. Catalina colocó una ofrenda con claveles rojos, y lo que a él le solía gustar estaba allí dándole la bienvenida. Ella lo aguardaba con una sonrisa de esperanza, pasó la noche sentada en una mecedora y durmió. Al amanecer la encontraron fría pero con los labios tibios, había muerto con el dulce beso de Aniceto.


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