miércoles, 25 de junio de 2014

Culpando al DF

¡Qué días tan raros, che! El tiempo pasa medio aguado y no me gusta. He extrañado muchísimo a mi pueblo, mi bici, la escuela, a mi hermana, las caricaturas, la comida de mi mamá, los viajes a la playa y las tardes de Mafalda.

Vivir en el DF me ha costado mucho trabajo, tanto que ya no sé cuánto, me sigo sintiendo ajena y algo perdida. Aunque el estar aquí me ha hecho pasar por un amor muy grande, también he llorado por cosas que no entiendo.

En estos momentos quise echarle la culpa al DF del estar extraviada, sobre todo porque cuando era pequeña, y convivía con uno que otro pato, la vida era más fácil, al menos tenía tantas ganas de que pasaran cosas y sabía qué quería: ir a la escuela y ver caricaturas. Hoy no tengo idea.

Estar en la ciudad a mis 17 era necesario para ir a la universidad y poder trabajar en lo que siempre me ha impresionado: los medios. Lo logré, pero quedé desilusionada, no porque dejen de ser impresionantes, sino porque hay que adaptarse mucho a otras cosas que nada tienen que ver con el trabajo, por ejemplo, las personas.

El aprendizaje fue rudo y bastante cagante, he ido de un lado a otro pretendiendo que la situación mejore, pero no, yo soy la que tiene que hacer de su burbuja una muy linda. En esa búsqueda me perdí más, encontré tantas opciones que en ninguna soy especialista, chale.

De profesora a redactora, a locutora; luego, closed captionista, guionista, CM, cositas y todóloga… en el camino, me perdí. Alguien a quien amo mucho me dijo: “estamos destinados a la grandeza”, pero sigo sintiéndome talla cero, no por victimizarme, sino porque no sé pa’ dónde crecer.  En fin, creo que en el fondo sé lo que quiero, pero sigo atrapada en el sueño citadino.

Aquí nomás, culpando al DF de mis desgracias.
Suele pasar.



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miércoles, 25 de junio de 2014

Culpando al DF

¡Qué días tan raros, che! El tiempo pasa medio aguado y no me gusta. He extrañado muchísimo a mi pueblo, mi bici, la escuela, a mi hermana, las caricaturas, la comida de mi mamá, los viajes a la playa y las tardes de Mafalda.

Vivir en el DF me ha costado mucho trabajo, tanto que ya no sé cuánto, me sigo sintiendo ajena y algo perdida. Aunque el estar aquí me ha hecho pasar por un amor muy grande, también he llorado por cosas que no entiendo.

En estos momentos quise echarle la culpa al DF del estar extraviada, sobre todo porque cuando era pequeña, y convivía con uno que otro pato, la vida era más fácil, al menos tenía tantas ganas de que pasaran cosas y sabía qué quería: ir a la escuela y ver caricaturas. Hoy no tengo idea.

Estar en la ciudad a mis 17 era necesario para ir a la universidad y poder trabajar en lo que siempre me ha impresionado: los medios. Lo logré, pero quedé desilusionada, no porque dejen de ser impresionantes, sino porque hay que adaptarse mucho a otras cosas que nada tienen que ver con el trabajo, por ejemplo, las personas.

El aprendizaje fue rudo y bastante cagante, he ido de un lado a otro pretendiendo que la situación mejore, pero no, yo soy la que tiene que hacer de su burbuja una muy linda. En esa búsqueda me perdí más, encontré tantas opciones que en ninguna soy especialista, chale.

De profesora a redactora, a locutora; luego, closed captionista, guionista, CM, cositas y todóloga… en el camino, me perdí. Alguien a quien amo mucho me dijo: “estamos destinados a la grandeza”, pero sigo sintiéndome talla cero, no por victimizarme, sino porque no sé pa’ dónde crecer.  En fin, creo que en el fondo sé lo que quiero, pero sigo atrapada en el sueño citadino.

Aquí nomás, culpando al DF de mis desgracias.
Suele pasar.



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